La agonía, al descubierto
Sobre las amistades no recíprocas, los duelos, y la fase final de las relaciones
Incapaz de hacer el duelo de una amistad que se había acabado hace un tiempo, vivía con el corazón agonizante, preguntando, buscando e investigando por alguien que, seguramente, no hacía lo mismo por mí. No entendía cómo podía haberse terminado algo que fue parte de mi vida por más de una década. No entendía cómo no me extrañaba mi mejor amiga. Dicen que los viejos hábitos se resisten a morir, y ese era mi hábito: mantenerme siempre al lado de la puerta, en caso de que ella volviese a cruzar por ahí.
Por unos días me mantuve en silencio. Me sentía comprometida con lo que éramos: amigas. Y guardaba sus secretos, como si fuesen míos, y aunque no pretendo revelarlos, sí me doy cuenta que era un gesto inútil. Bello en la teoría, poco eficiente en la práctica. Me sentí como una tonta. Casi como si ella se estuviese burlando de mí por no poder terminar la relación por mi lado, porque por el suyo ya había acabado hace mucho tiempo.
La agonía (del Griego αγωνία, agonía "el sufrimiento extremo") es el estado que inexorablemente conlleva a la muerte. Este tipo de sufrimiento no tiene tiempo límite, y puede ser extremadamente breve como algo muy largo, y puede ser igualmente la fase final de la vida como la etapa inicial del fallecimiento. Estar en el umbral de la puerta es mantenerse agónico. Es esperar y esperar sin una promesa de retorno. Es creerse un héroe, cuando en realidad uno es un ser moribundo.
Como quien busca y encuentra, me enteré de muchas cosas tras ese quiebre de amistad del que raramente se habla, porque pocos se atreven a hablar de las amistades más allá de lo superficial, que perforaron agujeros en mi corazón. Lloré en estaciones de metro y en brazos de conocidos. Me negaba a hacer el duelo por el inmenso cariño que tenía y que, dolorosamente admito, aún tengo.
El duelo se hace con la muerte, no con la agonía. Una vez que tuve claro eso, empecé a escribir, como una forma de agarrar fuerza para cerrar la puerta más pesada posible. Cuando la cierre completamente, sé que se abrirán nuevas. Este texto es, en parte, hablar desde la muerte de los planes que se diluyeron, los años que pasaron y que, ahora, parecen reírse de mí. Aunque los viejos hábitos se resistan a morir, yo dejo de sostener la puerta. No hay motivos para quedarse en esta posición. El pasado ya se ha ido, ya ha terminado.
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Gracias por leerme (¡y gracias por tantas nuevas subscripciones, likes y comentarios!), directo desde mi corazón
Sofía